NUMEROS


1 vez
2 niñas de
3 años y
4 pies descalzos descansaban
5 minutos sobre
6 baldosas grises.
7 días a la semana, junto con sus
8 hermanos subían a trenes de
9 vagones para juntar monedas de
10 centavos.
11 horas transcurrían así cada día. Hasta que en el tren de las
12 volvían a su casa, esperando que ningún martes
13 se les cruzara por el camino.


Texto: Verónica Mc Loughlin

SUBTERRANEO

El sol en la ventana de la cocina. Las hojas aún verdes de los árboles. Cierto fresco de otoño.
Primer saco de la temporada. El cielo muy azul. Hombres en la esquina. 
Estación de subte.
El altoparlante chilla: "Personal policial para la estación Callao". Una mujer pregunta. Un hombre alto explica: "Está lleno de chorros" y señala un joven con remera de boca.
Yo lo miro, al hombre, no al joven.
Subo al tren y me siento.
Un viejo con remera verde reparte estampillas. Tiene medio trasero afuera del pantalón. Una mujer lo mira. Luego me mira, suspira y sonríe. Le sonrío también. No se qué otra cosa hacer.
Por la derecha un hombre calvo pega volantes sobre la puerta del tren: 
“Discrette Sex Shop”. Vuelvo a reírme, esta vez sola.
Mi mirada continúa su recorrido.
Llega una pata de palo, pidiendo limosna.
El tren aún no arranca.
Volví ayer a Buenos Aires.
Me sumerjo en la lectura.
Que la ficción me salve.
Hoy no puedo con tanta realidad. 

Texto y Foto: Verónica Mc Loughlin

EL MUNDO Y YO

Estaba yo muy tranquila, un domingo, en mi casa,
cuando El Mundo muy nervioso se asomó por la ventana.

Estaba descolorido. Se lo notaba muy mal.
Me pidió un vaso de agua y se dispuso a explicar.

Me dijo: “Escribí querida, que tengo algo que dictar.
Contale a toda la gente que el mundo se va a acabar.

Imagínense mi cara con esta visita en casa.
Sentada sobre mi silla no podía contestar nada.

El Mundo me dijo: “¡Pronto, que no me siento muy bien!
Anotá lo que te digo, y luego verás qué hacer.”

Yo muy muy muy confundida tomé un lápiz y un papel.
El Mundo me fue dictando palabras con gusto a hiel.

Me habló de guerras y hambre.
De niños que iban muriendo.
De pueblos bajo las aguas.
De risas en el infierno.

Cuando El Mundo hizo una pausa, me correspondió decir:
Mundo querido, disculpa, pero esto no va a servir.
Ya se pasaron de moda las canciones de protesta.
Nadie querrá escuchar esto. Ahora se van de fiesta.

El Mundo muy descompuesto me miró fijo a los ojos.
Me dijo: “A mí qué me importa” y se puso mis anteojos.
“Con razón nada funciona, si miran con estos vidrios
que les acomoda todo y corre los precipicios.”

Yo ya no entendía nada, El Mundo estaba borracho,
y el agua que le había dado lo puso en peor estado.

“Querida niña, te aviso que no sos una elegida,
sólo que andaba vagando y se me abrió otra herida.
Y ya no aguanto el dolor. Avisale a tus amigos:
muy pronto el mundo se acaba, y todos juntos conmigo.”

Cómo explicarles a ustedes la mezcla de sensaciones.
Mundo dictando palabras para componer canciones.

Y yo que no se de música, no paraba de escribir.
Y cada tanto miraba al Mundo y su devenir.

Me asustaba su carita, triste y tan desmejorada.
Yo lo pensaba más fuerte, y me desilusionaba.

Con el resto de saliva que al Mundo le iba quedando
me habló de cifras terribles y de imágenes de espanto.

Yo decidí no incluirlas en este boceto de hoy.
Pero se parecen mucho a las que hay en televisión.

Y no se qué final darle a tan triste situación.
El Mundo por ahí anda,
más triste y más rezongón.
El maltrato logra esto…
Y sino, fijate en vos…

Texto: Verónica Mc Loughlin