TIEMPO ATRAS

Era imponente.
El estaba impávido.
Ella cruzaba zigzagueando la avenida.
No la había vuelto a ver desde hacía mucho. Demasiado. Pero acaso el tiempo no había pasado para ella. O quizá no tanto como para él. Tuvo el impulso de ir a detenerla. Acelerar el auto y frenar de golpe a su lado para sorprenderla y no darle tiempo a pensar. Sólo ver su gesto distraído una vez más. Después de tanto. Miró el semáforo que seguía en rojo. Puso primera y esperó el paso.
Ella caminaba rápido. Sus largas piernas se movían ágilmente y la distanciaban cada vez más de él.
Controló los autos a su espalda por el espejo retrovisor. No tenía a nadie detrás ni en los costados. Podría maniobrar a su antojo. Pero se detuvo. Su mirada focalizó en el espejo retrovisor. Encontró su propio reflejo. Su pelo blanco, sus anteojos, sus arrugas, su piel manchada. Se observó de a poco, como si no se hubiese mirado hacía mucho. Como si estuviera descubriéndose.
Ella le había hecho olvidar el tiempo y los años. Como siempre. Como antes.
El semáforo se volvió verde. Una camioneta que recién aparecía le tocó bocina instándolo a avanzar. El reaccionó tardíamente y presionó el acelerador.
Ella se detenía en el kiosco y preguntaba algo a la vendedora.
El dobló a la derecha. Detuvo el coche en doble fila y la miró por la ventanilla del acompañante. Ella compraba cigarrillos. Se reía ante algún comentario y pedía fuego. Para encender el cigarro se quitó los anteojos de sol, colocándoselos a modo de vincha sobre su pelo rubio y largo. Al terminar, devolvió el encendedor. Tomo el maletín negro que había apoyado en el piso y siguió su camino disfrutando del humo y la ciudad. Taconeaba, altiva y distraída. Tal cual él la recordaba.
La siguió espiando desde el coche detenido. Los años habían pasado también para ella. Pero siempre llevaría ventaja. Veinte años son veinte años.

Fotografía: Santiago Serret
Texto: Verónica Mc Loughlin

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