DE COMPRAS

Cuando va a hacer las compras se siente alegre. La posibilidad de llenar la heladera una vez más la pone de buen humor. Antes de llegar al mercado imagina todos los productos que adquirirá. Ya no los que conoce, sino aquellos que le quedan por probar. Sabores nuevos y distintos, colores brillantes, paquetes desconocidos, ofertas imperdibles.

Lleva un carrito con ella. De caño plateado con bolsa amarillenta. Está algo oxidado. Es que tiene muchos años.

Comienza a recorrer los puestos y a decidir qué llevará. Camina por las góndolas y husmea las heladeras, revisa estantes, examina precios.
Y de pronto se encuentra a sí misma cargando en el carro lo mismo que la vez anterior. Los tomates perita, las chauchas gruesas, los huevos blancos, los tallarines. Los cuatro bifes y el kilo de milanesas de pollo. El jabón de tocador en trío y el suavizante blanco para la ropa.
No puede innovar. No le sale. No se anima.
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Piensa que si llevara berenjenas, no sabría prepararlas. O que si comprara un pedazo de carne para hacer a la cacerola, no encontraría la ocasión adecuada para disfrutarlo.
Opina que el jabón para manos cremoso y delicado que tantas ganas tiene de probar es demasiado caro..
Le encanta el olor del suavizante celeste. Lo conoce porque una vez, a falta del blanco que siempre usa, lo llevó. La diferencia de fragancia es notoria. Pero cuesta el doble.

Piensa a menudo en el dinero. No logra ahorrar. Pero piensa en ello. Y sueña con las cosas que compraría si tuviera más.
Media horma de queso cremoso de marca. Así evitaría la cola interminable que se forma una vez por semana en la quesería para conseguir el kilo de oferta. Llevaría también fiambre. Mucho. Para poder comer sándwiches siempre que quiera.
Tendría cajas de té de distintos gustos que compartiría con invitados, y botellas de aperitivos para prepararse tragos al caer el sol.
Y desodorante de ambiente y jabón líquido y lavandina para ropa de color y galletitas rellenas y yogures con frutas y pastas caseras y almendras.

Cuando termina la compra, comienza el regreso. Ya no siente lo mismo que a la ida. Mientras avanza por las calles de su barrio, arrastrando su carrito, una sensación de desazón la invade, y la rutina la aplasta. No está del todo triste. Su carrito está lleno. Pero se siente vencida. Por sí misma. Por sus temores.

Poco a poco, al alejarse del mercado y avanzar hacia su casa, se va recomponiendo. Su paso se hace ágil y su cara esboza una sonrisa.
Es que decidió algo.
Y promete hacerlo.
Vencerá la próxima vez.

Fotografía y texto: Verónica Mc Loughlin

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