YO QUERIA UN LIBRO


Yo quería un libro
Y lo compré
Y lo leí.
Ayer, sí, lo leí.
Me gustó
¿Dónde?
En el parque.
Lo compré el domingo cuando fui a tomar mate al parque.
Mate amargo.
En realidad 
no me gusta el mate amargo, pero mamá siempre dijo 
que el mate es amargo 
o si no no es mate.
¿Ahora 
por qué lo tomo amargo 
si no me gusta?
No lo se.

Yo quería un libro.
Un libro corto, lindo.
Una novelita liviana, 
no un libro-libro.
No se, compré 
el primero que encontré.
Si lo quería para pasar el rato ahí en el parque.
El domingo.
No lo pensé mucho.
Estaba tomando mate amargo.
Un mate que no me gusta.
Todo lo que me gusta 
parece que no es.

Texto: Verónica Mc Loughlin
Foto: Fidel Dalí

A VECES


Hay días,
no muchos, no siempre.
Pero algunos,
a veces, escasos.
Hay días,
salteados, dispersos,
en los que
sin motivos, o con ellos,
sin razón, sin culpas o culpables,
sin demasiadas explicaciones tangibles,
bien dormida, bien comida, incluso alegre,
hay días,
como hoy,
en los que me canso.

Texto: Verónica Mc Loughlin
Foto: Desconocido

CADAVER EXQUISITO



tiempo reloj tic tac despertar a la mañana con el sonido ininterrumpido del despertador electrónico de la mesa de luz con los números en rojo y sacarse la frazada y el sueño de los párpados sacudirse la noche el olor meterse bajo el agua limpiar lo que quedaba borrar las arrugas de la almohada que tan bien sentaban en mi cara porque querían quedarse conmigo y yo con ellas y salir al viento al frío al sol o la lluvia viajar ruidosamente por las calles dormidas aunque solemnemente despiertas realizar las tareas correctas disimulando el deseo de seguir bajo las sábanas abrazados volver a viajar ruidosamente por calles ya más despiertas aunque dormidas devorar lo que encuentro para llegar a otro sitio donde yo creo que me esperan cumplir lo pactado firmar los libros hacer la tarea saludar y sonreír esperando volver a acurrucarme para otra vez oír el sonido electrónico de números rojos y otra vez sacudirse los sueños para volver a correr y volar por las calles para volver a desear lo que terminará pronto y así preguntar para qué por qué adónde o cómo y sin embargo haciendo limpiando volando y deseando lo que falta.

Texto: Verónica Mc Loughlin
Foto: Lina Etchesuri












SENZA FINE

Viajaba en tren. De chica siempre viajaba en tren. Visitaba a mi abuela que vivía un par de pueblos más allá. Viajaba con mi hermana y mi mamá. Era un viaje corto en distancia, pero duraba bastante. O es la percepción que yo tengo ahora. Como el patio de mi casa de la infancia. Lo recuerdo enorme, lleno de plantas. Una inmensidad. Lo volví a ver, ya de adulta, cuando estaban por demoler la casa. Era un patio pequeño y oscuro.
Los recuerdos embellecen, a veces.  Por eso es posible que el viaje a la casa de mi abuela, fuese breve. Pero lo recuerdo extenso, entretenido. Lo esperaba durante la semana. Me gustaba ir a la estación y pararme junto a mi familia y junto al resto de las familias y ver llegar la locomotora llenando de humo y sirena el andén. Jugaba a que partía a un lugar lejano. Donde me esperaba mi papá con los brazos abiertos y una valija llena de regalos.
Mi papá se fue en un tren. Y no volvió. Se lo tragó la guerra.

El último viaje en tren. Este que estoy haciendo ahora. Lo hice hace unos años. Cuando mi mamá murió. Hacía tiempo que estaba enferma, no podía estar sola. Mi hermana tenía 3 hijos chicos y no podía cuidarla. Y yo vivía en otra ciudad. Decidimos internarla en un geriátrico. Un lugar muy lindo. Con jardín, con buenos enfermeros y una habitación para ella sola. Era caro. Pero yo ya podía pagarlo. Mi carrera estaba creciendo. Viajaba siempre que podía a visitarla. Solía ir en auto, con mi hermana y su marido. Pero la última vez, fui en tren. Un poco por casualidad, un poco por decisión. Un modo de recordarla en esos viajes que hacíamos juntas a la casa de la abuela y donde yo imaginaba que mi papá me esperaba del otro lado del mundo y me abrazaba.
Ahora, mientras viajo, imagino que al llegar van a estar juntos, ellos dos, mi mamá y mi papá, esperándome y abrazados. Y el viaje, que es corto, se hace largo.

Texto: Verónica Mc Loughlin
Foto: Lina Etchesuri
En la foto: Karina Antonelli



18F



18 Fiscales y funcionarios famélicos, frenéticos, fraudulentos, fiascos, fallidos, forman una fauna fastuosa y fanfarrona.
Firman una farsa filosa, fóbica, foránea.
Fingen faraónico fervor. (Fantasean con fama, flashes, filmes.)
Fulanas y fulanos fascinados, funcionales, forman filas furiosas, fogoneadas. Flamean falsedades.
Festejan fallecimientos frescos, fundamentalistas del fiasco.
Fracaso de la filosofía.  
Fotografía de un final feroz.

Fuerza y fe.
Aun hay muchas letras con las que se puede escribir. 

(Texto escrito con motivo de la Marcha del 18 de Febrero del 2015)

PREGUNTA FRECUENTE



Estás ocupando bastante lugar en mi disco, últimamente. Un poco más del que me gustaría.
De por sí tengo poco espacio. Pero desde hace un tiempo ando lenta, me cuelgo, tardo en arrancar cualquier tarea. No conecto automáticamente. O lo hago y me desconecto con mucha facilidad cuando apareces en una imagen, en una canción, en un mensaje. 
Sos pesada. Como un virus que impide el desarrollo de cualquier orden que me doy.
Estas ahí desde siempre. Como un programa predeterminado. Pero no te veía. Estabas suspendida. Hibernabas.
Hasta hace unos días, aparecías en una ventana emergente, pero te cerraba enseguida y podía seguir con mis tareas. A lo sumo debía esperar 4 o 5 segundos para poder omitirte y continuar con lo mío.

No sé qué fue lo que te activó. Cual habrá sido la contraseña que te dí sin darme cuenta para que ingreses con este ímpetu en mi sistema.
Ahora, cada vez que accedes, te instalas con una potencia casi autoritaria y tengo que cerrar todas las ventanas y apagarme y esperar un rato antes de volver a encenderme y cruzar los dedos para que no aparezcas.

Es una lucha desigual. Encontrás siempre la manera de entrar. Como si conocieras las claves, los códigos posibles para hackearme. 
Y no hay antivirus, ni firewall, ni patrón de seguridad que te desactive.
Y vuelvo a tildarme: ¿Quién soy? ¿Quién soy? ¿Quién soy? ¿Quién soy?
Sos mi pregunta frecuente. No. Más que frecuente.
Ya sos mi pregunta permanente.
Y voy a tener que ir a la mesa de ayuda sabiendo que no habrá respuesta inmediata ni soporte on line posible. Habrá que poner el cuerpo. Y la sangre quizá.
Y habrá que esperar.

Necesito un sistema operativo original, verdadero.
La vieja licencia caducó. Estoy instalada con información falsa y el crackeo que solía usar no valida nada.
Es tiempo de actualizarme. Abandonar mi identidad pirata.
¿Deberé reprogramarme? Completamente, no.  Pero un buen formateo será inevitable. 
 No sé qué haré con los viejos archivos. Podría borrarlos, pero es imposible eliminarlos de forma permanente. Hoy todo está en la nube. Me gustaría que al menos no estén tan al alcance.
Necesitaré espacio disponible para lo nuevo. Voy a tener que instalar aplicaciones desconocidas.

Quisiera quedarme un tiempo en blanco. Sin lo viejo y sin lo nuevo.
Dejar de procesar información por un rato.
Detenerme.
No ser.
Un tiempo hasta poder reiniciarme.
Y recuperada, volver a funcionar.        
Texto y Foto: Verónica Mc Loughlin

MI PRIMERA CLASE



Por algún motivo que no recuerdo quise estudiar dramaturgia.
Actuaba hacía tiempo y me gustaba escribir.
Aún no se por qué lo decidí, pero me puse a buscar y encontré un autor que había leído en la carrera, que dirigía, un tipo joven, me quedaba bien el horario y la zona. Me anoté y empecé. El curso era en su casa. Su mujer estaba en alguna otra habitación. Y él iba y venía.
La primera clase éramos él y yo. Me recuerdo pequeña, con los ojos abiertos muy grandes y un cuaderno en blanco, dispuesta a tomar nota de todo. Dio un ejercicio de tarea, que no comprendí muy bien, sobre prospectos de medicamentos y personajes históricos. Hice lo que pude con eso. Me divertí escribiendo. Como siempre.
A la clase siguiente llevé mi trabajo. Había otro compañero. Ya éramos dos. Nos hizo improvisar y creo que no le gustaba mucho lo que hacíamos porque nos gritaba que parecía televisión. No se. Es el día de hoy que en mi vago recuerdo no comprendo tanto enojo. Cuando llegó el momento de mostrar el ejercicio de tarea, lo leí. Él era (y creo que sigue siendo) un hombre nervioso. Fumaba y se movía mucho. Nada lo satisfacía demasiado. Corrigió muchos puntos de mi escritura. Yo anotaba. Sus palabras eran importantes para mí. El tenía el conocimiento. Yo no.  Hasta que hice una pregunta, no recuerdo cuál, y él contesto, mirando a mi compañero, cómplice: “Igual no te preocupes. Las mujeres no escriben bien.”
Es la única frase que recuerdo con nitidez de ese mini curso de dos clases. Porque no volví más. No pude responderle nada en ese momento. El se sonrío de su comentario, mi compañero también y creo que hasta yo lo hice. No supe hacer otra cosa.
Pero no volví.
A él, no volví. A sus clases. Fui a otras. Y seguí escribiendo.
No recuerdo casi nada de esos dos encuentros. Pero su frase sí. Imborrable en mi memoria.

Texto: Verónica Mc Loughlin
Foto: Ignacio Rodriguez de Anca