NIÑO MIRA EL MUNDO DESDE EL MURO

Una foto con luz, parte de una muralla y una escalera al cielo que da a un mirador.
La luz en esos muros es magia. Sí. En toda esa muralla, que es bastante larga: la más larga que existe en todo el mundo moderno, de la época romana. El casco antiguo por partes. Por los ataques.
Se cuidaba lo religioso aunque asesino, la búsqueda de la divinidad y la muerte. Se construía hacia arriba para protegerse de los de abajo.
Hay un arbolito, que no se ve, contra el muro.

Lo recuerda de su anterior visita. Había crecido y lo emocionó eso. El también había crecido. Y lloró. Nadie lo vio. Se refugió en el muro.
Había crecido mucho.

Y ese arbolito seguía siendo arbolito pese a los 4 años que pasaron. Creció mucho pero aún era arbolito.
Como siempre. Como todos. Sí.

Ese muro, testigo mudo de la humanidad y de él en esos días. Y así uno se convierte en humanidad.
Aunque no, no es mudo. Esas piedras hablan. Como los árboles.
Se abren, persiguen, no dejan escapar.
Quizá sea bueno no escaparse nunca.
Poder vivir como extranjero en uno mismo, tan abierto, tan permeable.

El escucha entre las grietas y esos gritos lo dejan sordo.
Mucha sangre pasó por ahí, mucho esclavo, mucho rey, mucha infancia y mucho hambre.
Hay momentos en que el mundo, la historia, duele tanto que se vuelve insoportable, y a la vez, es hermoso. Vivir en permanente estado de memoria, sensible y viendo la luz a pesar de todo.
El niño mira el mundo desde el muro.
De pie sobre la pared. Pantalón corto, zapatos de cuero y trapos atados en sus rodillas que cubren viejas lastimaduras. Es largo y torpe y se cae a menudo. Está sucio de treparse. Tiene ojos claros y la luz que ve desde el muro, se le refleja en su mirada.
Sube allí para tocar el laúd. Era de su abuelo. Toca de oído. Lo toca mal pero él cree en esa música. Lo calma, lo transporta. Por eso sólo lo toca cuando no hay nadie cerca. Ese muro es su refugio.

Texto: Veronica Mc Loughlin

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